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Tejer caminos

En la encrucijada reflexión sobre el arte y la artesanía, la práctica ancestral de la costura o la tejeduría desvelan un tapiz simbólico y ritualista que trasciende tiempos y culturas. Más allá de constituir una mera destreza técnica, implican no solo la transmisión intergeneracional de gestos y habilidades manuales, sino también una forma de sentir, ser y hacer en el mundo; una forma que tiene que ver con construir, reparar, transformar, conectar, pero, sobre todo, sanar.

La intersección entre lo técnico y lo simbólico en lo textil se evidencia en mitologías universales y cosmogonías que han permeado diversas culturas. Cada una de ellas ha proyectado concepciones diferentes sobre cómo un simple hilo puede convertirse en un vínculo con el destino, la familia, el cosmos, los dioses, la vida o la muerte: en un entramado de hilos convergen diferentes dimensiones.

En este sentido, la obra cautivadora de Raquel Puerta, expuesta en la Sala Tragaluz de Santa Marta de Tormes bajo el título “Hilo conductor”, emerge como un relato visual fascinante de historias femeninas entrelazadas. A través del tejido, el cosido o el bordado, la sala se transforma en un escenario donde la artista despliega las huellas trazadas por las mujeres que han marcado su desarrollo individual. Cada puntada es un acto de resistencia, y cada obra se alza como un tributo a la complejidad y fortaleza de la experiencia femenina.

En el universo de lo textil, la técnica hipnótica basada en la repetición de movimientos se convierte en una metáfora de la vida misma. La urdimbre, concebida como principio de la tela, el proceso de urdir y tramar, simboliza el inicio de algo nuevo, un inicio que se despliega, quizás, con promesas y prospectivas.

Por otro lado, lo textil es un hacer que conlleva con mucha naturaleza el deshacer. De este modo, el error se integra de manera natural en el proceso de concepción y construcción de la obra, reflejando la esencia cíclica de los procesos de aprendizaje y desarrollo.

A su vez, la práctica de la costura guarda una conexión más profunda con la ausencia que con la presencia de lo tejido. Lejos de ser un medio de unión de elementos materiales, emerge como una alegoría visual que invita a reflexionar sobre los vacíos de nuestras vidas. Cada remiendo, en su meticulosidad y propósito, revela el relato de lo que falta. Y esta reflexión no solo se vincula con el pasado o presente, sino que también anticipa y acoge narrativas emergentes, dando lugar a un tejido continuo de experiencias y significados en constante evolución.

“Hilo conductor” se convierte así en un viaje emocional, en una amalgama de historias entrelazadas, de generaciones distintas, de mujeres que parten y otras que llegan, mientras la elección de tonalidades blancas sobre papel o tejido amplifican la pureza y universalidad de los acontecimientos, otorgándoles una dimensión atemporal. A través de las relaciones, vivencias compartidas y desafíos superados, este compendio de saberes y afectos se expande en una tela infinita, conectando eras, revelando la riqueza de la experiencia humana y la belleza de poder seguir creando con las manos.

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